Salí de Hong Kong en metro hacia el norte, me estaba dirigiendo a la frontera del gran gigante asiático.
No me podía creer que en pocas horas estuviera allí.
Ese país al que siempre hemos nombrado desde bien pequeños,siendo conscientes de lo lejos que se encontraba y hablando sobre él con respeto a medida que hemos ido creciendo.
El metro me dejó en la última parada de Hong Kong, un corto paseo por el interior de una macro estación pasando por un puente, viendo los primeros paisajes chinos a mis dos lados. Estaba cruzando la frontera a pie, con emoción y algo de miedo a la vez.
Después de los trámites normales en los que verifican tu visado en regla y el porqué de tu visita, te dejan pasar.
Ahí cambia todo, cada vez menos letreros en inglés y te empiezas a entender poco o nada con la gente.
Pero sabía que estaba en Shenzen y tenía claro que debía llegar a Guangzhou, también conocida como Cantón, así que me dirigí a lo que parecía la estación de autobuses.
En el autobús hacia mi destino, unas veinte personas con caras serias y sin nada de inglés para comunicarme.
Cada vez daba más respeto el pensar si podría llegar al hostal antes de la noche.
De repente me encontraba en una estación, saqué mi mapa de la ciudad de 12 millones de habitantes, y me dispuse a preguntar dónde estaba y quién me podía guiar hacia mi destino.
Tres intentos fallidos con tres personas que estaban poniendo empeño en ayudarme, pero siendo imposible la comunicación, hasta que una mujer que sabía algo de inglés me pudo indicar más o menos lo que yo necesitaba saber, qué transporte podía coger para llegar al hostal.
En medio de tantos signos y una nula información, decidí hacer caso a la mujer, cogiéndome un taxi.
Un viaje de una hora por la caótica ciudad, un viaje cómodo y que no estoy acostumbrado a hacer, pero tenía ganas de llegar y debía habituarme a todo eso poco a poco.
Parece que en el hostal saben algo más de inglés, así que me pueden indicar dónde puedo ir a cenar.
Una calle repleta de paraditas con barbacoa, haciendo todo tipo de marisco, y restaurantes callejeros con sus menús colgando de la pared.
Unas primeras sensaciones positivas en las que te hacen estar más atento en todo, y eso me encanta.
Al día siguiente fui a conocer una parte de la ciudad, una ciudad dividida por el Río de las Perlas, el cual debes cruzar con un ferry lleno de bicicletas transportando pescado, frutas, sacos de té...
Una caminata de cinco horas por sus mercados y calles estrechas, hasta llegar a un parque inmenso con un gran lago en el medio.
Gente practicando taichi, jubilados jugando al ajedrez chino, otros haciendo footing, y algunos atrevidos cantando con un karaoke improvisado.
No hay mucho turismo y muchas veces te sientes el"único", bajo las atentas y serias miradas de las personas con las que te cruzas.
Esto es un no parar de nuevas experiencias. Comunicarte con la gente por señas, señalar el plato que está comiendo un cliente para explicar lo que quieres, o arriesgarte escogiendo al azar algo de la carta y que no te puedan decir lo que es.
Paseos marítimos con gente bailando salsa, otros caminando de espaldas, o personas que te paran para practicar inglés, invitándote incluso, a tomar algo, solamente buscando una conversación en el idioma que están empezando a estudiar.
Empieza la aventura china, un país con 1300 millones de habitantes y en el que estoy seguro que me hará cambiar la visión que tenía antes de entrar en él.
Esto solo es el principio, aún queda mucho por recorrer y aprender...
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