25 de junio de 2013

Tailandia. Pai y la ruta de la 1095


Tenía ganas de un poco de aventura en moto después de unos cuantos meses sin marcarme una.
Me habían hablado maravillas sobre un pueblo llamado Pai, al noroeste de Chiang Mai, aún más cerca de Myanmar.

Alquilé una buena moto y me dispuse a adentrarme en la 1095, la carretera que une estas dos localidades. La distancia es de 135km con 762 curvas serpenteando el camino. Durante el recorrido se puede ver una Tailandia rural, montañosa, y con algunos poblados muy pequeños. Unos paisajes que ya tenía ganas de encontrarme y en los que disfruté conduciendo como nunca.

 
 

Me planté en Pai después de tres horas, sudando como un pollo y sin un mapa del lugar. Por suerte, mis amigos Cédric y Olga, a los que conocí hace casi tres meses en China, me recomendaron un sitio para dormir. Unos bungalows apartados del pueblo, donde para llegar había que cruzar un puente de bambú.
En cuanto llegué, supe que no quería buscar más. Quería estar allí. Cinco bungalows rodeados de mucho verde y muy cerca del río, con una propietaria encantadora que no sabía mucho inglés, pero que nos acababamos entendiendo con sonrisas y gestos.

 

Yendo a comer me reencontré con Lara, una malagueña que ya había conocido la semana anterior en Bangkok, estaba con Quentin, un belga alucinado de la vida y Melanie, una canadiense.
Los cuatro fuimos a descubrir el pueblo metiéndonos por todas sus calles.

Pai es de esos pueblos que piensas que te hubiera gustado verlo diez años antes.
Un lugar con 2.000 habitantes y con dos calles principales, muy tranquilo y con unos vecinos que están viendo como su pueblo de toda la vida, está siendo invadido cada vez por más turismo.
Todo el mundo lo recomienda y decide ir, a pesar de lo dificultoso que resulta llegar. Incluso algunos deciden quedarse. En cuanto pisas Pai, no quieres salir de allí.

 

Está lleno de restaurantes, tiendas de ropa y artesanía... Por la noche, las dos calles principales se llenan de puestos callejeros con todo tipo de comida: barbacoa, pad thai, crépes, sushi...
Una de las calles tiene cuatro o cinco bares abiertos hasta la medianoche, donde nos concentramos todos los viajeros.


Durante el día se pueden visitar alguna de las cuatro cascadas que hay en los aledaños. 
Para llegar no fue nada fácil, ya que los locales que nos íbamos cruzando nos guiaban por la dirección equivocada.
Tampoco importa demasiado cuando estás disfrutando de unas vistas sensacionales a los dos lados de la carretera. Simplemente te dejas llevar y ya llegarás a algún sitio.

 

Al cabo de tres horas, dimos con el camino correcto, aparcamos las motos y atravesamos parte de la selva para llegar a ese lugar perdido en medio de la nada.
Un sitio con mucha paz donde solo se oía el sonido del agua...

 

Esa misma noche, era la Full Moon Party, famosa por celebrarse en Koh Phangan, una de las islas del sureste tailandés.
En Pai no hay playa y no hay tanta gente pero lo pasamos genial en un bar a las afueras del pueblo, contemplando la luna llena y celebrando el San Juan más diferente de mi vida.

Al día siguiente, tocaba volver a Chiang Mai. Tenía tres horas por delante y con las 762 curvas marcando el camino.
Cogí la moto, y con un ligero dolor de cabeza y dos botellas de agua en la mochila, volví a la 1095, una carretera que no deja de sorprenderte a cada paso.



20 de junio de 2013

Tailandia. Saliendo del bullicio de la capital. Empieza la ruta por el norte


Después de doce días en Bangkok había que moverse y empezar la ruta hacia el norte.
El primer destino iba a ser Ayutthaya, a 80km de la capital, así que me planté ahí en menos de dos horas de autobús.
En cuanto llegué, el calor estaba apretando como nunca, así que fui directo a buscar alojamiento.
Un lugar muy tranquilo rodeado de césped y árboles altísimos en el que he podido descansar un poco.
La propietaria, muy graciosa ella (no solo porque me hizo recordar a la mismísima Duquesa de Alba), me habló de su viaje a España hace unos años.

Ayutthaya tiene muchos templos, dentro de la parte antigua y a las afueras de la ciudad.
El primero a visitar fue el Wat Phanan Choeng, en el que se puede ver a uno de los budas más grandes del país. Tuve la suerte de presenciar una ceremonia, acabando con algunos fieles rodeando a uno de los monjes y éste empapándoles de agua mientras ellos hacen sus plegarias. Algo muy curioso de ver.

 

Otro de los templos más importantes del lugar es el Wat Phra Mahathat, uno de los árboles que rodean las ruinas del templo, tiene una cabeza de un buda sobresaliendo del tronco. La leyenda dice que salió por arte de magia del árbol y no solo para cobrar los 50bahts que te cuesta la entrada.

 

Después de haber visitado varios templos en estas dos semanas, quiero descansar un poco de ellos, pero debo reconocer que ahí se respira una paz y una energía especial que si no fuera por el calor te harían quedarte horas y horas.

A parte de templos, Ayutthaya tiene unas ruinas que conforman el Parque Natural de la ciudad, siendo reconocida como Patrimonio de la Humanidad en 1991.


Dos noches fueron suficientes para conocer un poco la historia de la ciudad, y a su gente sonriéndote durante todo el día por sus calles y mercados.

La siguiente parada era Chiang Mai, situada al noroeste de Tailandia. Una ciudad muy turística y que te permite hacer infinidad de actividades. Aprender thai, cursos de cocina, trekkings, perderte en bicicleta por la ciudad, escuelas de masaje tailandés...
Es una ciudad amurallada que fue construída junto con un foso para protegerla de las invasiones birmanas del pasado.

Para llegar necesité tomar un barco, para que me cruzase al otro lado del río y así poder llegar a la estación de trenes, ya que se encontraba en el otro extremo. Y después, doce horas en un tren destartalado, con mucho thai queriéndose relacionar conmigo. Además pude gozar de aire acondicionado y algo que me sorprendió muchísimo, almuerzo y merienda gratis!

 
 

Al llegar a Chiang Mai, estaba lloviendo bastante y ya eran casi las 11 de la noche, así que no me quedó más remedio que coger una especie de camioneta roja que usan como autobús local.

Al día siguiente tenía ganas de explorar la zona, y ya con el calor sofocante que estaba acechando a las 9am de la mañana, me alquilé una bicicleta para recorrerme parte de la ciudad.
Más templos, paseos por el río Ping y quedarme un buen rato hablando con los monjes budistas que pasean alegremente por la ciudad, es todo lo que he hecho en mi primer día.

12 de junio de 2013

Tailandia. Primeros pasos por Bangkok


Cuando aterricé en Bangkok el pasado miércoles, después de seis horas de avión desde Beijing, y después de haber pasado los últimos tres meses en China, una emoción corría por todo mi cuerpo, como si el viaje acabase de empezar.
Un nuevo idioma, una nueva cultura, nuevas aventuras...

Tailandia es ese país que siempre se nos ha mostrado por televisión, ofreciéndonos su cara más mala y la que afortunadamente está cambiando a mejor año tras año.

Tengo muchos amigos que han estado en este país, incluso algunos viviendo desde hace años en la capital, así que tengo miles de recomendaciones para hacer, en este mes que voy a estar aquí.

Nada más llegar, me fui directo a buscar alojamiento a la mítica Khao San Road, el paraíso de los mochileros en Bangkok.
Una calle que te permite hacer de todo cuando quieras, donde quieras y como quieras.
Agencias de viaje, comida callejera, puestos de ropa, masajes, bares, discotecas, show girls y el famoso ping-pong, en el que decenas de tíos ofrecen llevarte a un espectáculo, donde algunas chicas disparan una pelota de ping-pong desde sus partes más íntimas. (Sí, estas cosas existen).
¿Y quién viene a esta calle? Está lleno de mochileros que vienen de paso a la capital con ganas de pasarlo bien, pero también viene el típico barrigudo norte americano (con perdón), buscando una noche de desenfreno, lujuria y perversión tailandesa.


     
En el hostal, conocí a Canario, un chico que viaja por todo el mundo vendiendo todo tipo de pulseras hechas por él mismo, y a Emilio, un argentino con muy buena onda.
Después de haber pasado la tarde juntos tomando algunas Chang, decidimos ir a la calle del pecado.
¡Qué noche! Risas y más risas, mientras vas probando la diferente y malísima comida que te van ofreciendo, helio, más Chang, Gin tónics...incluso me atreví a comer un escorpión!
Una noche de las que hacía tiempo que no pasaba!

Afortunadamente, Bangkok no es solo eso. Es una ciudad con más de 8 millones de habitantes, y puedes encontrar infinidad de oferta para hacer durante el día.

Lo primero que he querido visitar ha sido el Gran Palacio, construído en 1782, siendo la casa del rey durante 150 años.
Una arquitectura llamativa por sus colores y grandeza que te dejan impresionado.
El día pintaba de templos y palacios, así que me fui aventurando por sus calles, siempre acompañado de un calor sofocante recordándome a mi Filipinas querida.
Llegué al Templo Wat Pho, donde se encuentra el buda reclinado más grande de Tailandia, con 46m de largo y 15m de altura, todo ello recubierto de pan de oro.
Esto viene a ser el reclamo principal y por lo que viene tanta gente a visitar el templo, pero además, hay muchísimas habitaciones más pequeñas para visitar, en la que siempre te tienes que descalzar antes de entrar.





 
Siguiendo la ruta de los templos, y después de un paseo agradable por un mercado en el que aproveché para comprar algo de comida, llego al río Chao Phraya, donde una barca me cruza de un lado a otro para poder visitar el último del día, el Templo Wat Aran.
Lo mejor es, después de subir las empinadas escaleras y llegar a la cima de la torre, poder presenciar las vistas de gran parte de la ciudad y del río.



Al ver esas magníficas vistas, quería más Bangkok, así que al día siguiente me fui hasta la Golden Mountain, un templo que se encuentra en lo alto de una colina artificial y en la que necesitas subir unas cuantas escaleras para llegar.
Para hacerlo bien, se tiene que ir tocando las campanas que te encuentras a tu paso hasta llegar arriba.
Después de 3 meses en China viendo templos chinos, cualquier templo tailandés me parece precioso. Para mi gusto, está bien, aunque lo más importante y lo que hace que atraiga a la gente a visitarlo, son las vistas de toda la ciudad, y además gratis!

    


Ya para culminar el día, y antes de que la lluvia atacase de nuevo, (lo suele hacer sobre las 4pm), decidí coger uno de los barcos-taxi que te llevan por todo el río.
Antiguamente, Bangkok fue llamada "Venecia del Este", y aunque ya había estado en otra con el mismo sobrenombre en China (Lijiang - Yunnan), la capital tailandesa si que se parece mucho más a la Venecia italiana.
Un recorrido en el que vas viendo la Bangkok más pobre, con casas a los extremos, muy humildes y a la gente en ellas, observando el paso de los barcos con las miradas perdidas.

Muy buenas sensaciones en mi primera semana en Bangkok. Esta ciudad me gusta y la voy a exprimir al máximo.