Me encuentro en la provincia de Yunnan, al suroeste de China, una zona montañosa en la que la temperatura ha descendido considerablemente.
Esta provincia hace frontera con Vietnam, Laos y Myanmar, países que tengo muchas ganas de visitar y que espero hacerlo en los próximos meses.
Durante estas dos semanas que llevo viajando por el país, ya he podido disfrutar de sus pueblos más auténticos, de sus ríos, de sus puentes milenarios, y también de sus transportes, habiéndo cogido ya, dos trenes de larga duración, uno de 19 horas y otro de 7 horas.
Esos trenes en los que te pasas todo el tiempo sentado y sintiéndote observado por los locales, hasta que sueltas cuatro palabras en mandarín y se forma un corro de gente queriendo saber sobre ti, mientras te ofrecen pipas y cervezas.
Vuelvo a sentir la generosidad de la gente, algo que daba bastante miedo, cuando antes de venir, muchos viajeros me decían que iba a encontrar una gran diferencia con la gente de Filipinas, y sí, es verdad, aquí son más tímidos y está el problema del idioma, pero en cuanto coges confianza, son de las personas más hospitalarias que he conocido nunca.
Tenía ganas de pasar unos días haciendo un retiro en un templo budista. Podía esperar a Tailandia, pero de repente, se me presentó la oportunidad de hacerlo en Dáli, un pueblecito de 40.000 habitantes, amurallado y metido entre unas montañas de 4.000 metros de altura.
Se trata del monasterio Wu Wei Si, situado a las afueras del pueblo, a 2.500 metros de altura.
Aquí se enseña Kung-fu, por lo que vi una gran ocasión de aprender y conocer más sobre este tipo de lucha.
Todo lo que rodea a este lugar es paz absoluta, con un estilo de vida estancado en el tiempo y sin ningún tipo de comodidades.
Las camas, hechas con dos bancos en los extremos, con un tablón de madera en medio y un fino colchón, te hace imaginar como será todo lo demás. Sin electricidad, estás obligado a moverte con linterna al anochecer, ya que además los lavabos están a unos 300 metros de donde se duerme.
Los entrenamientos empiezan a las siete de la mañana, y aunque, parecen duros, podría ser peor, ya que El Maestro se lo toma bastante con tranquilidad y pasamos mucho tiempo hablando y riendo.
Esto es un día a día en el templo:
6.30h En pie
7.00h Corremos 1km hasta un río, cogemos una piedra de 5-6kg y llevándola en la cabeza, debemos transportarla hasta el templo, pasando por un bosque
8.00h Desayuno
9.00h a 12.00h Entrenamientos con una hora de estiramientos y dos horas de técnica
12.00h Comida
12.30h a 16.00h Descanso
16.00h a 18.00h Entrenamientos
18.00h Cena
21.30h A dormir.
A la hora de sentarse en la mesa para comer, hay una serie de normas.
Nunca se puede empezar antes que el Gran Maestro, el cuenco no se puede apoyar y debes acabarte todo lo que te sirvas.
Además, una vez has acabado, debes despedirte de tu mesa y de las otras, diciendo las palabras "Eer Moed Tofu".
Cada día, los monges hacen dos ceremonias de dos horas. No me quise perder la oportunidad de poder asistir a una, así que pedí permiso para poder estar presente en una de ellas.
El Gran Maestro, un hombre mayor con su larga barba y su capa, impresiona nada más verle. Vino a corregirme la posición en un par de ocasiones y volvió a su sitio.
Dos horas cantando, orando a los Dioses y en algunos momentos caminando alrededor de una sala iluminada con velas, hacen que te olvides de todo lo que pasa por tu cabeza y acabas dejándote llevar por esa nueva experiencia que estás sintiendo.
Un total de seis días entrenándome, y a la vez disfrutando de la tranquilidad que ofrece el templo. Sin ruidos, sin contaminación, sin móviles...
Me siento satisfecho de haberme iniciado en este tipo de arte marcial, y de haber estado unos días tranquilo y pensando. Ahora me siento con más ganas que nunca de continuar mi viaje!!
25 de marzo de 2013
15 de marzo de 2013
De Hong Kong a Guangzhou
Salí de Hong Kong en metro hacia el norte, me estaba dirigiendo a la frontera del gran gigante asiático.
No me podía creer que en pocas horas estuviera allí.
Ese país al que siempre hemos nombrado desde bien pequeños,siendo conscientes de lo lejos que se encontraba y hablando sobre él con respeto a medida que hemos ido creciendo.
El metro me dejó en la última parada de Hong Kong, un corto paseo por el interior de una macro estación pasando por un puente, viendo los primeros paisajes chinos a mis dos lados. Estaba cruzando la frontera a pie, con emoción y algo de miedo a la vez.
Después de los trámites normales en los que verifican tu visado en regla y el porqué de tu visita, te dejan pasar.
Ahí cambia todo, cada vez menos letreros en inglés y te empiezas a entender poco o nada con la gente.
Pero sabía que estaba en Shenzen y tenía claro que debía llegar a Guangzhou, también conocida como Cantón, así que me dirigí a lo que parecía la estación de autobuses.
En el autobús hacia mi destino, unas veinte personas con caras serias y sin nada de inglés para comunicarme.
Cada vez daba más respeto el pensar si podría llegar al hostal antes de la noche.
De repente me encontraba en una estación, saqué mi mapa de la ciudad de 12 millones de habitantes, y me dispuse a preguntar dónde estaba y quién me podía guiar hacia mi destino.
Tres intentos fallidos con tres personas que estaban poniendo empeño en ayudarme, pero siendo imposible la comunicación, hasta que una mujer que sabía algo de inglés me pudo indicar más o menos lo que yo necesitaba saber, qué transporte podía coger para llegar al hostal.
En medio de tantos signos y una nula información, decidí hacer caso a la mujer, cogiéndome un taxi.
Un viaje de una hora por la caótica ciudad, un viaje cómodo y que no estoy acostumbrado a hacer, pero tenía ganas de llegar y debía habituarme a todo eso poco a poco.
Parece que en el hostal saben algo más de inglés, así que me pueden indicar dónde puedo ir a cenar.
Una calle repleta de paraditas con barbacoa, haciendo todo tipo de marisco, y restaurantes callejeros con sus menús colgando de la pared.
Unas primeras sensaciones positivas en las que te hacen estar más atento en todo, y eso me encanta.
Al día siguiente fui a conocer una parte de la ciudad, una ciudad dividida por el Río de las Perlas, el cual debes cruzar con un ferry lleno de bicicletas transportando pescado, frutas, sacos de té...
Una caminata de cinco horas por sus mercados y calles estrechas, hasta llegar a un parque inmenso con un gran lago en el medio.
Gente practicando taichi, jubilados jugando al ajedrez chino, otros haciendo footing, y algunos atrevidos cantando con un karaoke improvisado.
No hay mucho turismo y muchas veces te sientes el"único", bajo las atentas y serias miradas de las personas con las que te cruzas.
Esto es un no parar de nuevas experiencias. Comunicarte con la gente por señas, señalar el plato que está comiendo un cliente para explicar lo que quieres, o arriesgarte escogiendo al azar algo de la carta y que no te puedan decir lo que es.
Paseos marítimos con gente bailando salsa, otros caminando de espaldas, o personas que te paran para practicar inglés, invitándote incluso, a tomar algo, solamente buscando una conversación en el idioma que están empezando a estudiar.
Empieza la aventura china, un país con 1300 millones de habitantes y en el que estoy seguro que me hará cambiar la visión que tenía antes de entrar en él.
Esto solo es el principio, aún queda mucho por recorrer y aprender...
8 de marzo de 2013
Hong Kong. Descubriendo otro mundo...
Nunca me había
planteado venir a Hong Kong, pero un vuelo muy barato desde Manila y la
posibilidad de solicitar el visado de China, teniéndolo en pocos días, me trajo
a la gran ex colonia británica de Asia.
Nada más llegar al
aeropuerto, ya puedes ver que has llegado a otro mundo. Primeros letreros en
cantones y en ingles, gran tráfico de viajeros (es el aeropuerto más activo del
mundo), y cantidad de tiendas de primeras marcas.
Hong Kong se divide
en cuatro partes. La Isla de Lantau, donde se encuentra el aeropuerto, la Isla
de Hong Kong, Nuevos Territorios y Kowloon, todas ellas perfectamente
comunicadas con sus líneas de metro y autobuses.
Me dirigí en un autobús
hacia Kowloon, al barrio de Tsim Sha Tsui, muy cercano al puerto, me habían recomendado
un edificio para buscar hostales baratos en plena Nathan Road, la calle más
concurrida de la zona. Un edificio que nada
más entrar por la puerta, varios pakistaníes e hindúes te ofrecen relojes, móviles
y demás.
Un bloque de dieciséis
plantas en las que viven cerca de 5000 personas, con ocho ascensores en los que
te subes con gente muy extraña y que se puede imaginar, por las pintas, a lo
que se dedican.
Infinidad de
guesthouses, con viajeros embutidos en 60m2, muy poco habladores y raros,
talleres textiles clandestinos abiertos 24 horas, almacenes repletos de cajas… personas
paradas en medio de las escaleras sin saber muy bien lo que hacen, otros, esperando
a que les abran en la puerta…
Realmente, los
pasillos de este edificio dan para escribir un post aparte, ya que da mucho
juego.
Era muy tarde pero
estaba impaciente por conocer algo de la ciudad, así que me quise perder un
rato por sus calles iluminadas con luces de neón y letreros extraños, esas calles que solamente había visto en las películas.
Allí, pude degustar
el primer plato de comida típica cantonesa, unos noodles con ternera que te
dejan más que satisfecho. Me fui obligado
a dormir, emocionado por el día siguiente, tenía una sensación de solamente
querer caminar y perderme más por esas calles.
Me desperté para ir
a la embajada china, situada en otra isla, para solicitar el visado, así que cogí
un metro y en cuatro paradas me encontraba en la Isla de Hong Kong. Unos trámites
rápidos de una hora, en los que ya pude comprobar la gran eficiencia de esta
gente.
Después, un paseo
agradable por la bahía mientras se contempla los grandes rascacielos de la isla
vecina, dejándote asombrado por la cantidad que hay y sobre todo, por la altura
que tienen.
Al día siguiente,
tocaba culturizarse un poco con la historia, así que fui al Museo de Historia
de Hong Kong, un museo de 6000m2 en los que te explican absolutamente todo.
Desde la creación de la tierra y como se
originaron las islas, hasta la actualidad del país. Es una autentica ciudad
dentro de otra ciudad.
Por la tarde, cambio
otra vez de isla (parece raro pero realmente es muy fácil con el sistema de
trenes que tienen) y me dirijo a Victoria Peak, quizás la parte más turística de
Hong Kong.
Subes en un teleférico
600m de altura hasta llegar a lo más alto de la ciudad, el teleférico se llega
a poner a un 80% de desnivel, así que las sensaciones son increíbles.
Cuando se llega
arriba del todo, se puede ver que si, está claro que es lo mas turístico,
restaurantes de nivel, tiendas caras… pero las vistas que se ven desde la
terraza del edificio, te hacen ver que estas en una ciudad futurista, con sus
rascacielos iluminados alrededor de toda la bahía.
En Hong Kong se respira
de otra manera… se vive de otra manera. Un ajetreo constante, un sinfín de nuevas
sensaciones en tu cabeza mientras observas el día a día de sus habitantes, todos
con sus teléfonos de última generación en sus manos, sin tan siquiera mirar al
suelo, enganchados completamente a su juguete.
Una gente efectiva,
trabajadora, seria y respetuosa con su ciudad. Las calles con una limpieza
impoluta, fumadores fumando delante de una papelera y tirando incluso, la
ceniza en ella.
Los 7 millones de hongkoneses
están concienciados de que deben respetar y cuidar sus calles.
Tantos estímulos en
tan pocas horas, te dejan muy cansado, y ni la calle ni el hostal es un buen
sitio para descansar de la locura de Hong Kong.
Por suerte, un
parque situado a pocos metros de mi zona, llamado Kowloon Park, te permite desconectar
del bullicio, con sus zonas verdes,
fuentes, laberintos de arbustos… Aquí los
parques se utilizan para eso, relajación, meditación y huir un poco del mundo
fuera de ellos.
4 de marzo de 2013
Hasta pronto... Filipinas
Después de dos meses en
Filipinas y habiéndome recorrido gran parte del país, debo
despedirme de este maravilloso lugar. Me voy a conocer otros países
de Asia, pero con la certeza de que volveré mas pronto de lo
esperado.
Makati |
Makati |
Quiapo Market |
Estacion LRT Fast Train, Quirino, Manila |
Durante este tiempo, he
podido disfrutar de sus playas de ensueño, sus selvas, sus zonas mas
salvajes, sus transportes, su comida...y sobretodo, de su gente.
Una gente con la que he
compartido muchas risas y muy buenos momentos. He comido y bebido con
ellos, he jugado, he convivido y aprendido de ellos... dejándome
unos recuerdos que nunca podre olvidar.
Una gente que tienen una
forma de ver la vida similar a lo que yo estaba buscando, y que te
hacen sentir como en casa allá donde vayas.
Filipinas te enamora en
todos sus aspectos. Su comida, marcada claramente por su pasado
español, basada en carnes guisadas con verduras, hace que nunca te
deje a disgusto.
Su idioma, el tagalo, con
mas de 4000 palabras iguales o parecidas al nuestro, el cual cada vez
estoy aprendiendo mas.
Sus transportes, esos
jeepneys con colores extravagantes y con frases hablando de Jesús,
donde te metes con cuarenta personas sin poderte mover, esos
triciclos con esos conductores tan picaros intentando sacarse algo
mas, y que siempre acabas riendo con ellos y pagando el precio del
local.
Un país al que animo a todo el mundo a conocer, para comprobar lo lejos, pero a la vez tan cerca que nos encontramos. Ahora
empieza una nueva aventura, la cual estoy convencido de que va a ser
muy enriquecedora. Mañana cojo un vuelo hacia Hong Kong y luego saltare a
China, donde espero pasar los siguientes dos meses. Voy a
experimentar nuevas vivencias, nuevos sabores, nuevas culturas...pero
siempre con la mirada puesta en el lugar donde quiero estar...Filipinas.
2 de marzo de 2013
Palawan. Port Barton y El Nido
Cuando creía que había
visto las mejores playas de Palawan, llegue a Port Barton, a unas
cuatro horas al noroeste de Puerto Princesa, quedándome sorprendido
con sus paisajes.
Las primeras tres horas en
bus son tranquilas, nada pesadas, incluso si conoces a algún local
que te da conversación, es hasta agradable. Lo malo viene cuando se
coge el desvío hacia Port Barton.
Una hora de carretera
infernal con baches, piedras, que el autobús debe ir esquivando,
siempre con el peligro de los barrancos que se encuentran en uno de
los extremos de la vía.
Ademas, los
conductores filipinos no se caracterizan precisamente por su lentitud
al volante, así que en mas de un bache, te ves saltando hasta llegar
al techo, siempre con las risas de los niños acostumbrados mucho mas
que tu a ese tipo de caminos.
Nada mas llegar a
Port Barton, se pueden apreciar varios contrastes. Es un poblado con
muy pocas calles y sin asfaltar, una capilla, una escuela y unas
casas muy humildes. A lo largo de la playa, infinidad de ofertas en
alojamiento, desde turismo resort a hostales backpacker.
La gente del pueblo
es lo que me sorprendió mas, y es que aquí no les vi con la
felicidad y sonrisas constantes que caracterizan al filipino. Normal,
cuando una población de 4000 habitantes se ve invadida por decenas
de turistas cada día.
La playa tiene una
arena finísima y el agua cristalina que la rodea, te hace sentir
como en el paraíso. Ademas, las vistas del amanecer desde el hostal,
hace que empieces el día de otra manera, sin duda.
Jeepney de Port Barton a El Nido |
Después de una
noche muy tranquila, cogimos un jeepney temprano para ir hacia El
Nido, a cinco horas mas al norte de donde nos encontramos.
Una vez en alli,
nos disponemos a buscar alojamiento por la calle principal. Me vuelvo
a sentir como en casa, ya que muchos de sus vecinos me iban saludando
a medida que iba avanzando.
Incluso uno de ellos, se acordaba perfectamente que le había prometido volver en seis meses, y así ha sido.
Incluso uno de ellos, se acordaba perfectamente que le había prometido volver en seis meses, y así ha sido.
El Nido |
El pueblo de El Nido,
rodeado de altas montañas lo hace diferente a muchos lugares del
país. Su playa, aunque no es de las mejores debido a una arena sucia, y el agua no demasiado limpia por la gasolina que
desprenden las bangkas, te transmite algo especial.
Playa de El Nido |
Desde ahí, se puede ver
otra playa a lo lejos que parece mas espectacular. Por supuesto,
decidimos ir hacia allá. No nos equivocamos, una mezcla de colores
en la arena y el agua, con unas vistas hacia las islas mas cercanas,
y con poquísimo turismo, la convierte en una playa difícil de
decidir cuando te vas.
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