Tenía ganas de un poco de aventura en moto después de unos cuantos meses sin marcarme una.
Me habían hablado maravillas sobre un pueblo llamado Pai, al noroeste de Chiang Mai, aún más cerca de Myanmar.
Alquilé una buena moto y me dispuse a adentrarme en la 1095, la carretera que une estas dos localidades. La distancia es de 135km con 762 curvas serpenteando el camino. Durante el recorrido se puede ver una Tailandia rural, montañosa, y con algunos poblados muy pequeños. Unos paisajes que ya tenía ganas de encontrarme y en los que disfruté conduciendo como nunca.
Me planté en Pai después de tres horas, sudando como un pollo y sin un mapa del lugar. Por suerte, mis amigos Cédric y Olga, a los que conocí hace casi tres meses en China, me recomendaron un sitio para dormir. Unos bungalows apartados del pueblo, donde para llegar había que cruzar un puente de bambú.
En cuanto llegué, supe que no quería buscar más. Quería estar allí. Cinco bungalows rodeados de mucho verde y muy cerca del río, con una propietaria encantadora que no sabía mucho inglés, pero que nos acababamos entendiendo con sonrisas y gestos.
Yendo a comer me reencontré con Lara, una malagueña que ya había conocido la semana anterior en Bangkok, estaba con Quentin, un belga alucinado de la vida y Melanie, una canadiense.
Los cuatro fuimos a descubrir el pueblo metiéndonos por todas sus calles.
Pai es de esos pueblos que piensas que te hubiera gustado verlo diez años antes.
Un lugar con 2.000 habitantes y con dos calles principales, muy tranquilo y con unos vecinos que están viendo como su pueblo de toda la vida, está siendo invadido cada vez por más turismo.
Todo el mundo lo recomienda y decide ir, a pesar de lo dificultoso que resulta llegar. Incluso algunos deciden quedarse. En cuanto pisas Pai, no quieres salir de allí.
Está lleno de restaurantes, tiendas de ropa y artesanía... Por la noche, las dos calles principales se llenan de puestos callejeros con todo tipo de comida: barbacoa, pad thai, crépes, sushi...
Una de las calles tiene cuatro o cinco bares abiertos hasta la medianoche, donde nos concentramos todos los viajeros.
Durante el día se pueden visitar alguna de las cuatro cascadas que hay en los aledaños.
Para llegar no fue nada fácil, ya que los locales que nos íbamos cruzando nos guiaban por la dirección equivocada.
Tampoco importa demasiado cuando estás disfrutando de unas vistas sensacionales a los dos lados de la carretera. Simplemente te dejas llevar y ya llegarás a algún sitio.
Al cabo de tres horas, dimos con el camino correcto, aparcamos las motos y atravesamos parte de la selva para llegar a ese lugar perdido en medio de la nada.
Un sitio con mucha paz donde solo se oía el sonido del agua...
Esa misma noche, era la Full Moon Party, famosa por celebrarse en Koh Phangan, una de las islas del sureste tailandés.
En Pai no hay playa y no hay tanta gente pero lo pasamos genial en un bar a las afueras del pueblo, contemplando la luna llena y celebrando el San Juan más diferente de mi vida.
Al día siguiente, tocaba volver a Chiang Mai. Tenía tres horas por delante y con las 762 curvas marcando el camino.
Cogí la moto, y con un ligero dolor de cabeza y dos botellas de agua en la mochila, volví a la 1095, una carretera que no deja de sorprenderte a cada paso.
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